culturarte animal

jueves, 21 de octubre de 2010


Ya todos se han ido.

YA_TODOS_SE_HAN_IDOEn la inmensidad del desierto solo quedan Sandra y sus hermanos. La noticia del accidente de 33 trabajadores en la Mina San José en la norteña comuna de Caldera impactó hondamente a la opinión pública nacional, y cuando se supo 17 días después que los mineros estaban vivos a 700 metros de profundidad, se convirtió indudablemente en una noticia Internacional que constituye un hecho sin procedentes, en los medios de comunicación masiva. Según expertos en seguimientos de audiencia, el accidente minero, sobrepasó en sintonía al viaje del hombre a la Luna, a los atentados del 11-9 en Estados Unidos, y a las alternativas del último Campeonato Mundial de Fútbol. El diario norteamericano Las Américas hablaba de una gesta sin igual, y seguramente debe ser así.
 El cautiverio de 33 hombres a cientos de metros de profundidad, con casi nulas posibilidades de sobrevivir, el drama humano de sus familias, de sus amigos, y de la comunidad en que estaban insertos, traspasó los limites de la intimidad, para hacerse carne en millones de seres humanos, hasta en los más recónditos lugares del universo.
 La prensa ha tocado las fibras más sensibles del drama de los 33, y también ha querido conocer el entorno en que desarrollaban sus actividades antes del accidente que los privó de la libertad. Dentro de ese contexto el diario El Atacama de Copiapó publicó un artículo sobre tres personajes desconocidos, de esta historia con dejos de tristeza, esperanza y un final feliz, se trata de las vivencias de Sandra, una perra quilterry que un día cualquiera llegó a la Mina San José, convirtiéndose en la fiel guardiana del yacimiento, y de tres compañeros de infortunio, uno cieguito, que quizás manos criminales lanzaron siendo cachorros a un camión minero en alguna calle de Caldera o Copiapó.
 Estos cuatro animales, tan chilenos como los mineros y quienes los rescataron, o quienes lloraron con esta conmovedora historia, no tendrán el mismo final feliz.
 Una ves liberados los mineros, se levanta el campamento, se retiran las familias de los trabajadores, las autoridades, la prensa, y los últimos rescatistas. El lugar vuelve a su envoltura natural, donde sopla el fuerte viento, el día se convierte en un infierno, y la noche congela hasta el alma, y en esa inmensidad del desierto chileno, hoy sólo quedan Sandra y sus tres hermanos, como mudos testigo de una proeza sin igual, pero inmersos en la soledad de esa tierra árida, y las montañas que la circundan.
 Quizás en el mar de lágrimas de sincero sentido humanitario, alegría, y agradecimientos, le faltó al hombre, solo una gotita, esa de que el amor y el bien debe ser compartido por todos iguales, como hijos de una misma tierra y un mismo Díos.

 Por Santiago Ferreiro  Merino

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